Miro al hombre que me espera y me visita. No tiene nombre para mí; un olor, un recuerdo, un apuro por correr hacia él.
Hay plegarias nunca dichas en sus ojos limpios y celestes; hay viajes sin despedidas, hay tardes…demasiadas tardes.
Miro dos pequeños palillos con gotas de vino formando una estrella en un mantel con olor a abuela, un trozo de queso de rallar desgranado en pedazos amarillos, un vaso a medio llenar de sueños a medio soñar.
Un hombre que me espera en el pasillo frío de la escuela, y en otros pasillos, siempre joven, persiguiendo un título que ya posee, un título de nobleza.
Miro al hombre que tejió versos encantados en la monotonía, versos que no recuerda, pero yo sí. Una sola vez me fui de su lado, para quedarme.
Con él podía hilar las horas tras una taza de café en una antigua y desconocida buhardilla de una aldea inventada para mí.
Miro al hombre sin nombre, príncipe, gladiador, cazador de leones, astronauta, brujo de remotas tribus, poeta, contador de cuentos…
Miro a mi padre, lo demás… es viento.