A una mujer sentada a orillas del Río Paraná

Para Franco, el verdadero héroe

Esa mañana cuando leí el diario local, supe que había visto a una mujer sentada a orillas del Paraná.

Harto de arreglar el despertador todas las noches, decidí innovar y colocar la alarma del celular. Con miedo a pegarme la primera dormida del año, dejé el celular en la mesa de noche para oírlo con claridad. A las dos de la mañana dejé el libro de Birmajer, que estaba intentando terminar desde el verano, y apagué el velador. No pude descansar pensando que me iba a dormir. El jefe me había llamado la atención en el último trimestre del año pasado y la calificación no era muy buena. Necesitaba mejorar mi rendimiento laboral para pasar al sector de armado de carrocerías. Los dos López y Martínez me habían superado y estaban ya en pulido y terminación.

Me dormí. La musiquita de la lambada fue un arrorró y no logré alcanzar la combi. Hice dedo hasta Arroyo Seco y desde allí un camión me alzó en la estación de servicio del cruce de rutas. Pero me comí el descuento y la suspensión de una semana. Volví y le dije a mi vieja que me iba a pescar al Yaguarón. Necesitaba silencio y entretenerme con algo que no fueran las obligaciones y fechas de pago del crédito de la casa. Desde la muerte del viejo todo era pague y pague.

La tardecita estaba tibia y el sol no quería abandonar el poniente, ideal para una pesca tranquila. La gente tomaba mate en la orillita del canal, sobre la entrada que hace el brazo del Yaguarón. Bajé de la bici, armé una línea y me senté a esperar.

Durante un buen rato nada se movió. Sólo el río que corría intranquilo, hambriento, con ganas de provocar. Las familias que estaban en los alrededores comenzaron a levantar sus pertenencias, armar sus bolsos, acomodar los chicos en la parte posterior de bicicletas y motos hasta desaparecer por el camino del Balneario Municipal. Pocos quedamos. Era tan bueno estar allí. Era necesario que estuviera allí.

Lentamente comenzó el recambio entre los que abandonaban la pesca con mateada y las parejitas que venían a contemplar el atardecer desde sus autos. Sólo tres grupos éramos los originarios. Uno enorme que se preparaba para el asadito en el suelo, una pareja de mediana edad y a diez metros yo. El hombre del matrimonio volvió al coche que estaba estacionado de costado a la pequeña barranca para descansar y la señora se alejó unos metros para intentar con el mojarrero. Hay una hora en que el río se acalla y murmura un discurso ensordecedor. Las chicharras se enloquecen y los mosquitos salen a comer. Allí sólo aguanta el más fuerte. El abuelo de la gran familia encendió rápidamente el fuego y colocó una rama verde encima de las llamas, provocando un humo espeso y oloroso. El mejor repelente natural. En medio de las cachetadas y la partida del sol, el río se hizo escuchar.

Nadie sabe cómo sucedió, la cuestión es que de repente el auto del matrimonio comenzó a tumbarse suavemente hacia el río. La señora alertada por las muchachas del fogón comenzó a gritar el nombre del esposo. Se acercaron varios corriendo, pero la barranca se llevaba el pequeño utilitario como devorándolo de un bocado. El hombre despertó cuando la mitad del coche se hundía.

La esposa, desesperada, se arrojó sobre el techo para abrir la puerta, sin saber que la presión del agua hace que las puertas se sellen definitivamente. La pobre mujer desaparecía en el barro gelatinoso de la barranca desmoronada. Todos gritaban, nadie los ayudaba. Hay momentos de tensión en donde algunos seres humanos muestran su verdadera estirpe, o su cruel cobardía. Ninguno de los jóvenes atinaba a salvar a la mujer que se moría al tragar el barro que subía desde el borde del coche. Aferrada a la manija de la puerta trasera observaba a su esposo con ojos desorbitados suplicando que se alejara. Me tiré.

Cuando todo pasó pude darme cuenta de la imprudencia. Sentía un escalofrío y temblores en todo el cuerpo que no podía controlar. Estaba desequilibrado. Las náuseas y
vómitos sólo mostraban barro, en las orejas y desde las narinas, en las uñas , en todo mi cuerpo barro pegajoso y asesino. El cuello, en carne viva por los arañazos de la señora. Por dos horas no pude abrir la mano izquierda. Tenía el puño cerrado. No había logrado sacar al hombre del auto. Las paredes laterales del utilitario se deslizaron junto a mí y con él los dedos del ahogado. Nadar en la penumbra de un río suele ser dificultoso para quien no está acostumbrado. En mi caso lo hacía desde chico, cuando no nos alcanzaba con la pileta del club y nos tirábamos desde la barranca al Paraná. Era una sensación de absoluta libertad. La nada total debajo del caudal más grande de Sudamérica. Ese encantamiento que sintieron los conquistadores desde su llegada, la de los gringos desesperados de hambre y sed que vinieron a la América soñada, la de los actuales extranjeros que se gastan los flashes en él porque les suena imposible ver tanta riqueza. ¡que Danubio, ni que Sena!

Acá hay vida, salvo que te distraigas y te lleve hacia sus entrañas. Porque hay que respetarlo. Es el Señor de la Mesopotamia. Por eso nos atrapó en un renuncio aquel atardecer. Y en la tremenda oscuridad de sus aguas percibí que aquel hombre ya había sido sentenciado.

A la señora la salvé. Nunca voy a olvidar su rostro cuando asomé desde el barro líquido. Hubo que retenerla para que no se tirara. La policía y la ambulancia hicieron el resto. Al hombre lo buscaron los buzos durante la noche. Cuatro días después hallaron su cuerpo. Su zapato se había trabado en el volante.

Para festejar mi ascenso al sector de armado nos fuimos a tomar mates con unos muchachos y las compañeras del secundario, al muelle de la costanera. No quise acercarme al río. Todos reían y comentaban las pavadas propias de nuestra edad. Yo ya había crecido demasiado. Tenía una muerte en mi rostro desde hacía un año. Recordé que cuando chico iba con mi viejo a pescar al antiguo muelle de la costanera, que era de tirantes del ferrocarril, feo y abandonado, podías caminar sobre él mirando el agua que se movía debajo de tus pies a una altura bastante peligrosa. Pescábamos mientras los camalotes se paseaban debajo nuestro y éramos felices.

A treinta metros estaba sentada aquella señora. Mirando la nada. Sola.
La mañana siguiente supe que también se la había tragado el río.

Acerca de Ignacio Villanueva

Nació el 15 de abril de 1964 en Paraná. Entre Ríos. Vive en la ciudad de San Nicolás desde 1972. Es Profesor en Castellano, Literatura y Latín. Jubilado. Ejerció la docencia 30 años en Instituciones de Gestión Pública y Privada. Escritor. Poeta, cuentista, novelista. Ha participado en talleres literarios de nuestra ciudad desde su colegio secundario. Integra el grupo literario: Taller LA MAGA Cursa en forma virtual el Taller de Cuento con el escritor MAURICIO KOCH (CABA). Asiste al Taller Literario FLORES DIVERSAS en la Asociación cultural RUMBO a cargo de la escritora MIRIAM CAIRO Titular del Taller de iniciación literaria PLUMAS EN EL CAMPO del Centro Vasco de San Nicolás. Participó en las Antologías “Génesis y Perduración” de Ed. DEI GENITRIX (1998) ADN -Antología de Docentes Nicoleños- desde 2015 hasta la actualidad. Ed. ATHAL. Ed. SUBEZ. Participó Antología SUCEDIÓ BAJO LA LUNA Ed. DUNKEN (2016) Su libro de cuentos LA VERGÜENZA INSTALADA, Editorial ATHAL, recibió el premio FAJA DE HONOR de AEN Asociación de Escritores Nicoleños (2016) declarado de interés municipal por el H.C D de la ciudad. Ha participado en distintas antologías con editoriales de su ciudad como en revistas virtuales en Paraná, Rosario, La Plata, Caba. LA VERGÜENZA INSTALADA-IGNACIO VILLANUEVA 69. Participó en la Revista PALABRAS MAS PALABRAS MENOS de la AMR –Asociación médica de Rosario. Segundo Premio en categoría cuento PALMA DE PLATINO SADE MENDOZA 2021. Por su cuento ALLEGRO CON SPÍRITO. Diploma y publicación de su obra en la Antología de SADE MENDOZA. En 2020 abrió su blog Igvilla-literatura blogspot.com donde publicó toda su obra. Allí publicó su primera novela virtual UNA LARGA NOCHE DE INSOMNIO con gran repercusión en sus lectores ya que era con entrega semanal. En 2021 publicó su primera novela formato papel EL FANTASMA DE LA LUNA de Editorial RUINAS CIRCULARES. Agotada en 10 días y reimpresa en 2022, también agotada. El libro ha sido difundido en Ecuador, Bolivia, México, Alemania, Francia y en siete provincias de nuestro país. En octubre 2022 se editará a través de la editorial virtual BGR de España con venta a través de AMAZON. Forma parte de la Comisión Directiva de AEN. Asociación de Escritores Nicoleños. Integra el staff del programa A CIERTA HORA de la Editorial RUINAS CIRCULARES. Actualmente es el Presidente de AEN (Asociación de Escritores Nicoleños)
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