Ella está ahí, cerca. En la misma esquina.
Mañana –dijo– nos vemos.
Mañana es un día muy frío para diciembre, y ella está ahí, en esa esquina, asesinando hojas secas con los pies descalzos. La distancia que me separa de esa esquina se puede medir en centímetros o en rencores.
Nunca en olvidos.
Podría estirar el brazo, alargarlo como para que sea mas profundo que los centímetros que me separan de su espalda, o mejor dicho, de su hombro derecho. Pero ella mide la distancia en rencores, y mi brazo no es lo suficientemente largo. Enfrente hay una parada de taxis, un bar y una farmacia. Tal vez los ojos sean mas largos que los brazos.
Y entonces si nos veríamos. Y quien sabe.
Hasta puede pasar que asesinemos juntos a las hojas secas que aún sobreviven.
Pero hay una pausa tremenda. Quieta, blanca o gris, según se mire. Nunca amarilla, casi siempre circular. Podría estirar un brazo, o una pierna. Un poco, casi nada. No hace falta que alcance el hombro derecho, o el taco del zapato. Alcanza con un movimiento minúsculo, una orden, solamente una orden dada a los músculos. Pero alguien vela por la vida de las hojas secas. Y ese paso no será dado, ese músculo seguirá laxo.
Esa pausa seguirá blanca o gris, según se mire. Mañana perdió el brillo inicial de los días de diciembre.
–Hasta mañana–
–No habrá mañana–
–Siempre habrá mañana–
–Mañana nos vemos–
(Pero lo más seguro será transitar el cruce por la senda peatonal de rayas blancas y tinta negra. O azul oscuro, si el cartucho está gastado. Releo la última frase y la borro).
Dio media vuelta, mostrando la espalda sin breteles, y salió del zaguán. Mañana está parada en esa misma esquina, como esperando un taxi. Sigue de espalda, sigue sin breteles, y sin zapatos. Las caderas magníficas. El aire frío para ese diciembre. Sube al taxi, arrugándose el vestido azul, de algodón. La distancia se mide ahora en metros, en horas. No hay brazo, ni mirada, ni voz capaz de recorrer esa distancia. Alisa el algodón azul sobre los muslos. Pliega las alas haciendo un breve movimiento hacia delante, separando la espalda del respaldo del asiento. En la esquina de mañana queda una pluma. Otras dos en el patio.
Cuando baja del taxi, una pelusa, un duvet blanco flota entre el espejo retrovisor y la palanca de cambios.