Isabel masajeaba su rostro con una crema pastosa y barata cuando escuchó los golpes insistentes.
– Pasá Rosa… ¿cuánto hicimos hoy?, ¿me alcanza para el bondi?
– Puedo… -la inesperada voz se abrió paso.
– Y vos, ¿quién sos?
– Eh… un admirador…
– ¿Un admirador?, pasá, pasá; ¡no sabía que todavía quedaba uno!
El hombre se afirmó en el marco de la puerta despintada, donde aún podía distinguirse la marca sucia de una estrella, que alguna vez había indicado que ése era el camarín de la primera bailarina.
El interior era sombrío, ajeno a las viejas fotografías que gritaban la magia de otros tiempos. Frascos en desorden, trajes amontonados en un fárrago de tules y lentejuelas y unas pocas lamparitas útiles abrazando un espejo roto y con manchas.
– Vení, pasá te digo, ¿quién te manda?
– Nadie, soy Luis, Luis Martucci, hace mucho que la sigo…
– Y ¿qué seguís? ¿el show o mi aumento de peso?
– En serio, creo que usted es hermosa -dijo, mientras extraía de su espalda un debilucho ramo de flores.
Ella, con un ojo abierto y el otro cerrado en un forzado guiño a causa de la crema, estiró la mano, tomó la toalla húmeda, se quitó con ella los últimos restos de maquillaje e inmediatamente lamentó haberlo hecho tan pronto, lamentó sus años gastados, lamentó su vida…
Luis observaba la operación en silencio, con el respeto del que es testigo de un rito milenario.
Con el rostro ahora limpio, lo miró por primera vez, parecía más joven…
La habitación era húmeda y un perfume dulzón susurraba despacio en los sentidos.
– Bueno, no me mirés así. Ya sé, dijo acariciándose la piel, ahora, el único admirador que tenía va a desaparecer…
– ¡No, no!
– Vamos…Observó su propio rostro en el espejo y hubiese querido gritar: “¿sabés cuánto hacía que no me traían flores?” Enseguida se arrepintió, no tenía porqué humillarse ante el desconocido.
– ¿Cómo te llamabas?
– Luis…
En ese momento, una obesa mujer abrió la puerta sin llamar y rugió:
– Nena, ya podés pasar por lo del dire. Hoy quedó algo en boletería…
Isabel se levantó perezosa, pasó al lado de Luis que continuaba allí, y le dijo:
– Me voy a cobrar -segura que con ello finalizaba el encuentro.
– Te acompaño…, contestó Luis –seguro que el encuentro recién comenzaba.