Ella pretende cerrar la puerta,
pero ésta queda entreabierta.
Si tan dificil será resistir
la tentación de mirar…
¿Pará que esforzarse?.
Ella levanta sus brazos y El recorre su cuerpo
siguiendo el movimiento de la remera,
primero cubriendo sus hombros,
luego su busto,
hasta esconder su ombligo.
Ella camina dentro de la habitación,
y El, con el Sol en su contra,
trata de evitar encandilarse,
buscando captar un poquito más.
Entre Ella y la puerta, la cama.
Ocultos quedan sus pies, pero
entre la remera y el colchón
existe todo un panorama
que El no va a perderse.
El observa como se agrega tela
sobre esa piel hasta ahora desnuda,
y como los cortes de la prenda
van remarcando esas zonas
que El recuerda tan bien.
Tales vistas despiertan en El
recuerdos de noches fogosas
de encuentros prolongados,
de caricias compartidas,
a ojos abiertos y cerrados.
El encanto de esa figura lo domina,
y de repente la puerta se abre.
Surge Ella, un poco más alta
y al notar sus botas,
El más recuerda, y más desea,
Ella lo descubre, se miran,
pero sus ojos no están en sintonía,
Ella piensa en lo tarde que es,
en lo incómodo que resulta
cruzarse con El antes de partir.
Así la historia sigue,
con un vistazo al espejo,
un toque en el pelo,
otro tanto en el rostro,
y Ella ya está lista.
Se oye un frío «hasta luego»,
y El murmura algo
tratando de corresponder.
La sigue en su camino a la salida,
esperando un giro y una sonrisa.
Ella gira el picaporte,
tira, abre, y avanza.
Esta puerta si se cierra,
y El, con algo de alivio
agradece no poder ver más.