Valor.

Borró cada rastro de su presencia, con cautela se retiró de la obscura habitación, bajó aceleradamente las escaleras, tomó su abrigo y partió embravecido hacia las calles. La urgencia del hecho o quizás el remordimiento que comenzaba a ganarle al placer lo confundían vivazmente; las hojas secas de color anaranjado y amarillas criqueabanen en cada zancada que daba. Sintió un escalofrío, volvió sobre sus hombros y allí estaba midandolo fijamente una estatua, preguntándole inquisitivamente – ¿Hacia dónde vas Napoleón?

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