Se fue Fabricio Simeoni. Se fue su cuerpo pequeño, ése que desde hace años perdió los movimientos y el vigor, sin impedir que su alma pudiera volar para regalarnos su luminosidad, su talento, su buen humor, su poesía.
Fabricio derrochaba vida desde un cuerpo inerte, aunque suene paradójico, porque en él las ganas de vivir eran tan grandes, la fuerza de su deseo tan intensa, que su potencia vital se imponía, naturalmente, sobre las férreas limitaciones de la biología o de la naturaleza.
Su jovialidad era inconmensurable, tanto como su calidez y su trato amigable con todos. Fabricio amaba a la vida, y porque amaba a la vida amaba a la gente, salvo puntuales excepciones: no amaba a los curas que vivían cerca de su casa y lo censuraron de joven, no amaba al represor Amelong que una vez intentó comprarle una silla de ruedas que había puesto en venta y al que echó de su casa.
Su cuerpo casi inmóvil nunca fue una cárcel, porque con él deambulaba por la ciudad y por otros lugares. Hace pocos años Fabricio conoció el mar, y montado a esa silla que era el soporte móvil que le permitía andar por el mundo, supo lo que era mojarse con sus olas saladas. Futbolero, también se dio el gusto hace poco de asistir a un partido en el Monumental de Núñez para alentar al equipo de sus amores.
Como una especie de artista romático, Fabricio practicaba una bohemia en las noches rosarinas. Gustaba de la buena mesa y del buen vino, en tertulias donde se hablaba de literatura, de cine, de fútbol o de mujeres, en ese o en cualquier otro orden. Poseía un sentido del humor afinado y sutil, que le permitía burlarse, con un tono ácido y por momentos negro, de sus propias cosas. «Rengo», le decían con una ironía piadosa sus amigos; «rengo», se decía con crudeza a sí mismo.
Como buen romántico, Fabricio vibraba con la pasión amorosa, pero era un romántico receloso y precavido. Muchas mujeres bellas se le acercaban, y él las dejaba desplegar sus encantos, sin sucumbir por ello a los cantos de sirena. Supo lo que era el amor, de manera sobria y para nada estridente; no necesitaba exponerse para ser feliz.
Con Sergio Stegmayer habíamos pensado en reunirnos ayer por la noche para cenar con Fabricio; lo impidió su muerte. Esta tarde lo acompañamos hasta el cementerio. Un camión de los bomberos voluntarios, con una dotación vestida con uniformes de gala escoltó el cortejo. Ello se debió a que Fabricio escribió una vez un poema donde decía que, de chico, había soñado con ser bombero. Una mujer bombero leyó el poema y lo mostró, emocionada, a sus compañeros. Estos, a su vez, tan conmovidos como esa mujer, decidieron nombrarlo bombero honorífico de Rosario, y le entregaron un casco, en una ceremonia donde lo invistieron de semejante título. Hoy, cuando Fabricio emprendió su último viaje, los bomberos lo seguía con toda su gala, poniendo una nota distintiva en la marcha fúnebre: solamente Fabricio podía llevar, a su sepelio, un camión de bomberos.
15 de octubre de 2013
Roberto Retamoso ha realizado una síntesis de calidad acerca de Fabricio Simeoni que ha dejado este mundo para siempre. Es una especie de sencillo relato biográfico, como sencilla, honesta, activa y provechosa fue su vida. No he tenido oportunidad de tratar al Rengo (poeta-periodista) pero, a través de esta descripción observo que se encuadra dentro del espacio literario como un escritor de finos quilates que supo dirigir su pluma para expresar nobles sentimientos.
A disposición la lectura de sus obras… y a imitar las facetas de su existencia !
Mis saludos y felicitaciones al colega Retamoso… abrazos para todos !