El primer día de una nueva vida

Once de la mañana. Hermelinda volvía del trabajo y, luego de pasar por el almacén, llegó a su casilla en Villa Tacuarita con el bolso de los mandados lleno. Transpirada, a pesar de ser un frío día de abril, pone el paquete sobre la mesa, prende la radio y se va al dormitorio para cambiarse. Ramón estaba acostado y roncaba. Orselli, un joven locutor, luego de recordar la noticia del alunizaje del módulo Orion, anunciaba su nombre, o hablaba de alguien con su mismo nombre, o eso creyó haber escuchado. Salió arreglándose la ropa, y se puso a escuchar con atención lo que decía. La estaban buscando. Hermelinda Alderete, decía, era la feliz ganadora del billete vendido en la agencia de loterías del barrio donde trabajaba. El agenciero no dudó en anunciar quién era porque todas las semanas jugaba el mismo número. Una nueva millonaria.
-Hermelinda trabaja en casa, sí, acá a la vuelta vivo. Trabajaba, así lo tengo que decir porque seguro que no viene más- decía la voz de su patrona al periodista- vive en Villa Tacuarita. Mirala vos, -agregó con tono de humor- ahora la vamos a tener que ir a buscar a Fisherton R, che- y se reían.
La pobre mujer se apuró a bajar el volumen de la radio, miró furtivamente para todos lados, se miró los pies y las medias rotas porque no alcanzó a ponerse de nuevo las zapatillas, corrió la cortina de la ventana; la calle estaba tranquila, los chicos jugando a la pelota en la esquina levantando polvo, todo como siempre. No soy yo, es otra persona, se equivocaron. Se fue a calzar, tenía frío, especialmente en el dedo que se le salía por el agujero. Cuando volvió a la cocina para guardar las cosas que había traído, volvió a abrir la cortina y vio un grupo de gente de traje, hombres con corbata, mujeres de chaqueta, algunos con micrófonos, otros con cámaras, iban llegando camiones con alambres y cables por todos lados. Ramón seguía roncando. Los chicos a los gritos afuera, ninguno era de ella, no tenía hijos; los vecinos llegaban apurados masticando algo, era casi la hora de comer.
¡Ahí está! gritó uno, y empezaron los aplausos y los silbidos. Hermelinda miró para atrás. La señalaban a ella, no había nadie más ahí. La gente la llamaba coreando su nombre, ¡Herme!, ¡Herme! Y escuchó el golpe en la chapa que usaba como puerta. No alcanzaba a entender muy bien qué era lo que estaba pasando, pero se asomó y los vítores se renovaron. No la levantaron en andas porque era bastante voluminosa y tenía puesta una pollera. Ramón seguía durmiendo. Ella hubiera preferido esconderse.
-Dígame, ¿qué va a hacer con tanta plata?-, le preguntó una mujer rubia que miraba todo el tiempo a la cámara.
-¿Qué plata?- dijo Hermelinda, que no terminaba de caer.
-¿Usted es Hermelinda Alderete? ¿No juega todas las semanas el billete con el número 120142?
-Es mi fecha de nacimiento, sí.
-Le cuento que ganó 500.000 dólares-, la gente volvió a estallar en aplausos y gritos. Ramón ni enterado.
-Ah- suspiró ella, pensando que sería mucho pero no muy bien de cuánto hablaban. La periodista se dio cuenta y le aclaró la cifra: -Señora, usted ganó ¡tres millones de pesos!- y ahí la gente volvió a corear su nombre ¡Herme! ¡Herme!
-¡Uffff! Mucha plata ¿no?- y ahí empezó a sacar cuentas. Lo que le debía al almacenero, al verdulero, al carnicero; todo lo pensaba en el mismo momento, trataba de hacer cálculos, pensó en arreglar la casa, en una estufa, en una cocina, un calefón y se miró los pies. Se quedó pensativa unos segundos durante los cuales se hizo un silencio expectante. –A lo primero,-dijo- me voy a comprar un buen par de medias de lana.
Los periodistas estallaron en risas, la gente no. Ramón, se dio vuelta en la cama y roncó más fuerte.
-Se va a poder comprar una fábrica de medias, señora, es mucha plata.
-¿Ah, sí?- y otra vez sacó cuentas, pensó en su trabajo, en los viajes hasta la casa de su patrona y ahí sí se sintió poderosa, favorecida por la vida, verdaderamente afortunada. -Me voy a comprar un colectivo, para mí sola, así no viajo más parada y, encima, no pago más boleto.
La prensa tomó sus palabras como una nota de color, los medios las repitieron, hicieron chistes, se burlaron y sacaron a relucir el dicho que reza “Dios le da pan al que no tiene dientes”, y no solamente por lo sucedido, sino porque la pobre Hermelinda no tenía la dentadura completa.
Cuando todos se retiraron, entró, buscó el billete, se lo puso en la bombacha, por seguridad; se tomó el colectivo hasta la agencia y arregló el tema del cobro. Nunca más volvió a Villa Tacuarita. Ramón, siguió durmiendo.

Acerca de Patricia Mónica Ferreyra

Rosarina, nací en el '69. Profesora de enseñanza primaria. Tengo algunas publicaciones pero casi todo está en mi blog Cosas del Ánfora Etrusca, allí comparto las columnas que publico en un periódico local, y textos variados, excepto mi primer libro (de difícil clasificación, tal vez dudosa) Biografía breve desautorizada de Epaminondas Chazarreta, de edición de autor, 2011, disponible gratuitamente en internet http://epaminondaschazarreta.blogspot.com.ar/ La segunda novela corta la publiqué solamente en la web, en http://soy-la-juana.blogspot.com.ar/ bajo licencia de Creative Commons, con el título Soy la Juana; decisión que tomé luego de no ganar otro concurso y con la convicción de que me es necesario obtener críticas constructivas. Hice un taller creativo literario con Carina Acosta y continúo como tallerista con Marcelo Costa, de Texto Sentido Rosario. Mis referentes: Poe, H. Quiroga, Cortázar, Dolina, Carina Acosta (Anata Nakami), entre otros.
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