Digo basta, sin decirlo.
Basta.
No quiero escuchar más. Te cerré mis oídos y mi alma. Te miro. Estás gesticulando. Tu bocota seabreysecierra en vano, porque yo le niego los sonidos. Vos no estás hablando,
porque yo no te escucho.
Imagino.
Siempre me fue fácil imaginar.
Estoy encapsulada por una burbuja hermética de vidrio. Vos no la ves. Está para preservarme. No escucho. No quiero escuchar más. Veo tus palabras volar por el aire y chocar contra mi ampolla transparente. Golpear el vidrio, y caer al piso. Las palabras
convertidas en sílabas, densas, pesadas yacen derrumbadas alrededor de mis
pies. Veo la “ta” de hijadeputa, apenas encimada a la “ma” de mi mamá. La “gui” de guita se apoya en la “so” de solo.
Se amontonan, mientras seguís abriendo tu boca como si quisieras morderme, masticarme, devorarme. Estás transpirando. Fuera de control. La “ña” de mañana, cayendo blandamente como un papel sobre las otras, indica el final de tu discurso. Te
vas, y tu espalda me da pena. Una espalda cargada de mierda, la que me tirás con odio y que aun así no consigue aliviar su peso.
Abro la ventana.
Me quito la burbuja y respiro una bocanada de aire fresco. Sin olor a tu violencia.
Busco la escoba y barro las sílabas. Pienso que quizá debería usar la aspiradora, para que no queden partículas de bronca. Traigo el limpiavidrios y repaso la burbuja. Le quito las marcas de tus gotas de odio y resentimiento.
La dejo brillante, impecable. Tan impecable, como mi eterna cobardía
La dejo lista para mañana.
Lista para la próxima vez
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